Todo lo que aquí ofrecen es inmundo

Esta ha sido una de las palabras de Dios que más me han golpeado en las últimas semanas. Han sido palabras que he sentido que han sido dirigidas a mí. He escuchado a Dios decirme: "lo que has ofrecido aquí es inmundo"

Durante algunas semanas estudiamos el libro del profeta Hageo. Es en el capítulo 2, versículo 14 donde Dios le dice a los sacerdotes lo siguiente: "Así es este pueblo y esta gente delante de mí, dice Jehová; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo." 

He pensado que son palabras duras. He pensado que son palabras demasiado fuertes. Me he visto tentando a pensar que el Dios de gracia y amor al que amo, al que conozco y al cual le sirvo no podría ver mi servicio como una porquería. Me he visto tentado a pensar que esta declaración no aplica para mí, y probablemente usted, que está leyendo, cree lo mismo; pero el Espíritu Santo me ha hecho entender que mi servicio en realidad ha sido una porquería.

La reprensión de Dios no me hace caer en desánimo, no me hace resentirme o molestarme con Dios. No me lleva a alejarme a El o renunciar a mis responsabilidades en al iglesia. Me hace desear restaurar mi espiritualidad, buscar la santidad y alejarme de la mundanalidad que muchas veces caracteriza mi vida y mi servicio en la iglesia local.

No quiero desaprovechar la oportunidad para explicar el contexto bajo el cual el ministerio del profeta Hageo se desarrolló. Intentaremos hacer un pequeño resumen de la situación del pueblo de Israel en este momento de la historia.

Hubo momentos donde el pueblo de Israel llegó a tener una decadencia espiritual tremenda. Los libros de los Reyes y de las Crónicas en la Biblia narran la paupérrima situación económica, social y espiritual de la nación judía en esos tiempos. Tiempos que se caracterizaron por hambrunas, canibalismo e idolatría. Tiempos que se caracterizaron porque grandes profetas como Elías, Eliseo y Jeremías se levantaron.

Uno de los pasajes que mejor describen la realidad de Israel está en 2 Crónicas 36:15-16 "Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. 16. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio."

Llegó el momento donde no hubo más remedio para el pueblo más que la disciplina divina. La disciplina de Dios se manifestó con la venida de Nabucodonosor, el "rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos los entregó en sus manos" (2 Crónicas 36:17)

La capital de Judá, Jerusalén, fue saqueada, el templo quemado, el muro destruido. Su gente fue llevada cautiva a Babilonia, no como esclavos, pero con la intensión de hacerlos perder su identidad. Eso es lo que hace el pecado en nuestra vida. Destruye nuestra comunión con Dios y nos lleva lejos y nos hace perder nuestra identidad como hijo de Dios. El pueblo de Israel estuvo lejos por 70 años, pero me pregunto: ¿cuánto tiempo hemos estado lejos nosotros?

La Biblia narra como Dios, por Su gracia y misericordia, hace volver a Su pueblo de la cautividad. Usando a Ciro del imperio persa, rey del mundo conocido, Dios hace traer a Su pueblo de vuelta a casa. El libro de Esdras narra estos eventos. Narra el proceso del pueblo de Israel al volver de la cautividad babilónica.

El pueblo había vuelto, 42 mil personas, mucho pueblo nuevo, poco pueblo viejo. Fueron a sus antiguas ciudades, intentaron re-instalarse en su tierra. Se recolectó ofrenda para reiniciar el servicio en el templo. Primero se levantó un altar, se nombraron sacerdotes, empezaron a hacer sacrificios nuevamente y a ofrecer holocaustos. Celebraron fiestas. Todo volvió a la normalidad. Estaban emocionados. Estaban contentos. Estaban motivados. Pero... siempre hay un pero. Pero... "pero los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía" (Esdras 3:6).

Recordemos que el pueblo había vuelto. Duraron 2 años acomodándose, haciendo sacrificios y ofreciendo holocaustos, celebrando las fiestas. Pero lo cimientos del templo ni siquiera se habían chorreado. Ese es el problema. Los enemigos de Israel sobornaron a los líderes del imperio Persa y la obra de reconstrucción del templo cesó por casi 18 años.

Fue hasta cuando el rey Darío llegó al trono del imperio que la obra volvió a reanudarse.  Esdras 4:24 dice: "Entonces cesó la obra de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío rey de Persia".

Para ese entonces habían pasado 20 años desde que habían vuelto a Jerusalén. Y el templo, la casa de Dios todavía estaba en ruinas. El templo en la Biblia representa la presencia de Dios en la Tierra, es la morada de Dios en medio de Su pueblo. Es el lugar donde Israel, como nación, y Dios tenían comunión, donde se ofrecían sacrificios y holocaustos. Es donde Dios y Su pueblo se reúnen a convivir.

La Biblia nos enseña que nosotros somos "el templo del Dios viviente" en 2 Corintios 6:16. Entendemos que nuestra comunión con Dios y nuestra intimidad es espiritual, que no depende de un edificio porque Dios habita en nosotros.

Fue en este momento donde Dios llamó al profeta Hageo para motivar al pueblo a reconstruir el templo. Mediante fuertes reprensiones y promesas de bendición, Dios quiso motivar a que la obra de reedificación continuara. Estas reprensiones se enfocaron en analizaran prioridades de pueblo, en hacer un llamado a no vivir de los eventos del pasado, y analizar la calidad del servicio que los sacerdotes estaban ofreciendo.

Creo que es la falta de arrepentimiento lo que Dios estaba reprendiendo de los sacerdotes. En Hageo 2:17 Dios reclama: "mas no os convertisteis a mí"  porque llegaron después de 70 años y se pusieron sus ropas sagradas, y empezaron a ofrecer sacrificios y holocaustos. Empezaron a trabajar como que si nada hubiera pasado. Ese es el problema. No hubo frutos de arrepentimiento genuino en el pueblo.

Nosotros somos iguales. Somos completamente indiferentes a nuestro pecado. Nuestro pecado nos hace perder nuestras comunión con Dios, nos lleva lejos por algún tiempo y cuando Dios pos Su gracia y misericordia nos hacer volver a casa, pensamos que podemos seguir donde habíamos quedado. No hay llanto, no hay lágrimas, no hay verdadero arrepentimiento del pecado, porque tal vez nunca hubo verdadera convicción de pecado.

Me rehúso a pensar que Dios ve con agrado mis buenas intenciones. Los sacerdotes tuvieron buenas intensiones, probablemente mejores intensiones que las nuestras, y aun así Dios llama su servicio una porquería. No se habían arrepentido y aun así estaban activos en el ministerio.

No se trata de un sentimiento de culpa porque Dios perdona nuestro pecado, pero nosotros debemos arrepentirnos genuinamente de nuestro pecado. El Espíritu Santo me ha hecho entender que mi servicio a Dios sin una verdadera conversión es una porquería.

Entiendo que mis pecados han sido perdonados una vez y por todas, pero entiendo que yo debo convertirme a Dios todos los días. Todos los días debo confrontar mi pecado, confesar mi pecado y permitir que Dios sea quien corrija mi pecado. Solo así mi servicio será aceptable a Dios.

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